26 enero 2008

Operacion Felipe VI


En Zarzuela les ha dado tan fuerte con el marketing que llevan varios meses pesadísimos y nos sale la monarquía por las orejas. Por si no había sido bastante con el aniversario de la Constitución, el de la Transición, el de la Coronación, el cumpleaños de Rey y el “por qué no te callas”, ahora atacan de nuevo con el 40 cumpleaños del Príncipe que, como nos muestran los vídeos, es un señor normal que pilota un helicóptero para ir al trabajo.

Si por el humo se sabe dónde está el fuego, tanta actividad en las chimeneas de palacio parecen indicar que los Borbones se preparan para la fumata blanca o, en su defecto, ejecutan el simulacro de una emergencia real, y nunca mejor dicho. Los mensajes de esta ofensiva publicitaria son diáfanos: el Rey es un trozo de historia a quien debemos la democracia y que, por España y los españoles, no duda en arremangarse y cruzar los puños con un tipo como Chávez si se pone farruco; por su parte, su hijo es alto, guapo, hogareño y trabajador. Según lo que se nos ha mostrado, gracias a él se vende jamón en China.

Superados los episodios de quema de retratos regios, el enojoso asunto de la coyunda de El Jueves y el destierro de Marichalar, el primer objetivo de esta fase de la campaña monárquica es revelar la infatigable dedicación del heredero a la nación. Tenemos los datos globales de sus servicios prestados desde 1996: 4.530 actividades oficiales, 170 viajes al extranjero; 719 discursos y 13.000 personas recibidas en audiencia.

Podríamos afinar más, porque los contables de Zarzuela ya hicieron el mismo balance en el 35 cumpleaños del Príncipe: 2.139 actividades oficiales, 71 viajes y 7.000 personas recibidas en audiencia. Es decir que en los últimos cinco años, Don Felipe ha realizado 2.391 actividades, ha efectuado 100 viajes y ha recibido a 6.000 personas. Haciendo la media y descontando dos meses de vacaciones al año –verano en Marivent, Navidades y Semana Santa- y libranzas de fin de semana resulta lo siguiente: cada día Don Felipe protagonizó dos actividades oficiales y recibió a cinco personas, y cada 12 días emprendió un viaje. Lo dicho, infatigable.

Además de transmitir que trabaja, otro de los propósitos de esta ‘Operación Felipe VI’ –quizás el más importante- es que el sucesor caiga simpático, si no tanto como el padre, que tiene la sangre azul más campechana del árbol genealógico, lo suficiente como para no resultar altivo y distante. Aquí a los expertos en imagen se les ha ido la mano, porque una cosa es acercarle al pueblo llano y otra sentarle junto a su familia alrededor de una mesa camilla para leer cuentos a las niñas. ¿Se trata de una novísima versión de Camelot y la tabla redonda? ¿No hay sofás en la residencia del Príncipe? ¿Escuchan la radio en la cocina a la hora de la cena?

Nos hallamos en definitiva ante un hombre trabajador, que despacha con el Rey sin familiaridades y obtiene beneficios económicos para su país, ante un hijo ejemplar y un probo padre de familia que enseña a su pequeña a montar en bici y la distrae con la aventuras de Los tres cerditos, y ante un señor preparadísimo que igual lee un discurso que surca con decisión los cielos. El “gracias, querido Patrón” con el que se dirigió a su padre como homenaje en su 70 cumpleaños sonó bastante a despedida, por mucho que éste expresara luego su “renovada determinación” a seguir ciñendo la corona.

La Casa Real prepara el camino para el relevo, pero lo hace de forma tan intensa que da que pensar. La operación no será sencilla porque el que más y el que menos tiene algo de ‘juancarlista’ pero es poco monárquico, y en pleno siglo XXI cuesta trabajo convencer al contribuyente de que hay que mantener a una pródiga familia por el mero hecho de que a sus antepasados y a sus perros les retratara Velázquez o Goya.

Modernizar la institución, más medieval que una armadura, será inevitable si se pretende que perdure. Está muy bien que se elimine de la Constitución la discriminación de la mujer en el acceso al trono pero convendría que el heredero tuviera algún que otro gesto, como renunciar a esa inviolabilidad que recoge la ley para la persona del Rey, que esa sí que es discriminación y de las gordas, además de fabricarse los bolsillos de cristal para que todos podamos ver con qué cuenta y en qué se lo gasta.

Tampoco estaría de más que Don Felipe asumiera un hecho simple: España será una monarquía en la medida en que ésta sea rentable y útil a los intereses generales. A los turistas les pone mucho eso de los trajes de época, los cambios de guardia, las carrozas y las bodas reales con música de Bach. Un Rey viste mucho más que un presidente de la República, siempre que el traje no nos salga por un pico.

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