Que el consumo de tabaco es perjudicial para la salud es algo que, como ex-fumador, seré el último en negar. Y que la nueva ley antitabaco es desproporcionada, abusiva y raya los límites mismos de la libertad individual, una realidad. Empecemos aclarando que a ningún no fumador se le está obligando a inhalar el humo ajeno, puesto que la libertad de elección de un local público es voluntad única del que decide entrar en él.
Desde enero de 2006, creo que en los lugares en los que el consumo de tabaco está prohibido (centros de trabajo, aeropuertos, centros comerciales, bares y restaurantes...) la ley se ha respetado. Y de eso se debería de tratar, de respeto. Respeto a la decisión de cada cual de hacer con su salud lo que le venga en gana.
Parece ser que las autoridades sanitarias están enormemente preocupadas por nuestra salud y de esa preocupación nace la ley. Una ley que nos prohíbe consumir un producto que el mismo que la prohibe nos vende.
Nuestras autoridades sanitarias deben estar muy ocupadas con temas tan determinantes para nuestra salud, como por ejemplo la devastadora gripe A, ya que han olvidado, seguro que sin voluntad alguna, y que yo este año no podré fumarme un cigarrillo en un bar pero sí podré beberme todos los litros de alcohol que mi cuerpo, ya libre del nocivo tabaco, pueda aguantar.
Podré salir a cuatro patas, podré caer sumido en el más legal de los comas etílicos, podré llegar a mi casa lo suficientemente ebrio como para perturbar el equilibrio familiar, pero, eso sí, sin oler a tabaco.
A lo mejor nuestra salud no sea la única preocupación de nuestras autoridades, quizás también lo sea el enorme gasto sanitario que los fumadores generan, y que no niego. Y dudo de la prioridad de la Sanidad pública porque si realmente le importase nuestra salud prohibiría la venta y no el consumo.
Tal vez el Ministerio de Sanidad haya vuelto a descuidar su papel de vigilante de nuestra salud al olvidar, no sólo el coste económico de las patologías derivadas del consumo de alcohol, sino también la problemática social que dicho consumo conlleva en un gran número de casos. Aunque tal vez esto sea competencia de otro ministerio y el descuidado ahora sea yo.
El humo del tabaco no perjudica al resto de la población, siempre que no lo inhalen, pero, por desgracia, el consumo de alcohol sí suele afectar a los no consumidores sin que lleguen a probar una sola gota.
Con esto no quiero desviar el tema, iniciar una lucha contra el consumo de alcohol, ni proponer otra prohibición más. Todo lo contrario. Quiero dejar claro que el tabaco no es el único producto nocivo para la salud que el Estado comercializa, que no es el único que genera un gran gasto sanitario, que no es el único que en ocasiones molesta al de al lado y, sobre todo, quiero dejar claro que, al final, la decisión última de cuidar nuestra salud, al igual que la de entrar en un local u otro, debe ser decisión de cada uno.
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