La fiesta española en Copenhague de este fin de semana resultó amenizada por el Fondo Monetario Internacional (FMI), famosa banda de las desdichas que la víspera se encargó de recordar a la alegre tropa ibérica que bailaba en el Hotel D’Angleterre que España será el último país desarrollado en salir de la crisis, y que la tasa de paro llegará en 2010 hasta el 20,2% de la población activa. El fin de fiesta corrió a cargo de Octavio Granado, conocido vocalista del conjunto “Ministerio de Trabajo” que, el mismo viernes en que esa Olimpiada con que nuestra clase política había decidido obsequiarse en 2016 marchaba a Río, anunció la existencia de 80.300 nuevos parados, más de un millón en los últimos 12 meses.
La situación no es mejor a nivel municipal, al menos en lo que al Ayuntamiento de Madrid respecta. El mismo día en que el FMI hacía públicos sus previsiones de futuro, este diario daba cuenta de que el Ministerio de Economía ha negado a Alberto Ruiz-Gallardón una nueva autorización de endeudamiento, después de que el consistorio cerrara 2008 con un déficit de más de 1.200 millones de euros, cifra a sumar a una deuda global que a final de este año rebasará los 8.000 millones, suma que representa el 155% de sus ingresos corrientes y ampliamente supera el 110% que como tope máximo de endeudamiento establece la Ley de Haciendas Locales. Gallardón ha incumplido olímpicamente el Plan Económico Financiero 2005-2008 pactado en su día con Pedro Solbes. En 2003, cuando el faraón llegó a la alcaldía, la deuda de Madrid era inferior a la de Barcelona. Ahora mismo es 12 veces mayor.
En 2003, cuando el faraón llegó a la alcaldía, la deuda de Madrid era inferior a la de Barcelona. Ahora mismo es 12 veces mayor.
Intentando tapar agujeros desesperadamente, el señor Alcalde de Madrid por el PP se la lanzado a una desaforada subida de tasas e impuestos varios. No hay reunión familiar que estos días se celebre en la capital que no aborde de entrada la escandalosa subida del IBI, a la que se ha añadido una nueva Tasa de Recogida de Residuos Sólidos, vulgares basuras, que supone a cada madrileño un arreón de más de 90 euros para un piso de cien metros (aunque la herida puede llegar hasta los 190 euros al año, frente a los 24 que se pagan en Sevilla). Un abuso manifiesto, que los ciudadanos terminan aceptando resignados, porque esta es otra de las novedades de nuestro tiempo: la indefensión del español de a pie ante el permanente abuso de poder perpetrado por la casta política en sus distintas modalidades.
Y mientras esto ocurre en la España real, la alegre tropa desplazada a Copenhague gratis total, con el Rey Juan Carlos a la cabeza, se afanaba en convencer a unos señores dignos de toda sospecha de que votaran a Madrid.
Y todos vendían la misma falsa mercancía: el apoyo unánime de la población madrileña, y aun de la española, al proyecto. Con una falta de pudor digna de mejor causa, los responsables de fasto se han apresurado a vender el silencio de los corderos como respaldo sin fisuras. Nunca como ahora se ha confundido de forma tan torticera la opinión pública con la publicada. La trapacería de nuestra clase política ha contado para la ocasión con el apoyo casi unánime de los medios de comunicación, en particular de las televisiones. Tópico hasta la nausea.
Un conocido locutor de radio, desplazado al efecto a Copenhague, metió en antena a las 9,30 de la mañana del viernes a un madrileño que, francamente cabreado, dijo pasar ampliamente de los Juegos malabares del alcalde para preguntarle, en cambio, por qué en los últimos tres ejercicios le había aplicado una subida del 14% anual en el citado IBI.
Pues bien, el intrépido comunicador le cortó en seco: “O sea, que usted no está a favor…” Ni le despidió. Pocas veces se ha podido visualizar de forma tan clara la distancia que separa a la opinión pública de la publicada, así como la connivencia entre la clase política y la periodística, en particular la de unos dueños de los medios que siguen esperando como agua de mayo las ayudas públicas que les permitan sortear la quiebra que amenaza a la mayoría de ellos. Si a finales del XVIII, el revolucionario francés Babeuf se quejaba en su Manifiesto de los Iguales de que “la pobre especie humana ha servido de juguete a todas las ambiciones, de pasto a todas las tiranías (…) Siempre y por doquier se arrulló a los hombres con bellas palabras; jamás ni en ninguna otra parte han obtenido otra cosa que palabras”, resulta desolador comprobar cómo dos siglos y pico después sigue siendo tan fácil mover a la opinión pública a base de grandes campañas de manipulación colectiva, consistentes en apelar a los sentimientos (la genuina alegría de poder organizar unos Juegos) más elevados de la gente del común, ocultando el lado oscuro que la aventura lleva aparejado.
España ya no es la joven democracia que concita simpatías
Han pasado 23 años desde que el 17 de octubre de 1986 y en Lausana, el COI eligiera Barcelona como ciudad organizadora de la XXV Olimpiada por delante de París. España aparecía entonces a los ojos del mundo como una joven democracia en busca de una consolidación que concitaba las mayores simpatías. Desde aquel 1986 se han sucedido avatares que han variado sustancialmente el tablero de juego. El mundo ha cambiado mucho. Se perciben nuevos equilibrios geoestratégicos y un sin fin de nuevas naciones emergen con esperanzas renovadas en un futuro de desarrollo y bienestar.
España, sin embargo, ha cambiado a peor. Hablar de nuestro déficit democrático resulta ya un lugar común: ausencia de una Justicia independiente, sometimiento al Poder de los medios de comunicación, falta de transparencia en el manejo de lo público, creciente estatalización, Monarquía cuestionada, corrupción rampante, crisis de valores, sindicatos peronistas, nacionalismos provincianos, más corrupción... Es evidente que sería bueno un cambio de Gobierno, aunque lo realmente necesario es un cambio profundo del sistema que debería comenzar con una reforma a fondo de la Constitución, para rescatarla de las garras de quienes han abusado de ella en provecho propio: la propia Monarquía, los dos grandes partidos “nacionales” y los dos nacionalistas de derecha catalán y vasco.
Si a ello le añadimos una crisis económica sin precedentes, con un déficit público que rondará el 12% del PIB a final de año, un paro como el antes descrito, con nulas perspectivas de empezar a crear empleo estable hasta finales de 2014, llegaremos a la conclusión de que la pretensión de organizar unos Juegos en Madrid no puede ser considerada más que como el acto de locura colectiva de un país que ha perdido el norte de sus prioridades o como muestra de la desvergüenza de una clase política decidida a darle hilo a la cometa manteniendo al pueblo embebido en el opio de un panem et circenses financiado, además, con unos fondos públicos de los que carece el Estado.
Lo ocurrido el viernes en Copenhague era de sobra conocido por un Gallardón que ha sido capaz de embarcar a toda España en una aventura que sabía imposible. Sin una voz discrepante. Lo supo desde que el 17 de junio pasado tuvieron lugar en Lausana las presentaciones técnicas de las ciudades candidatas. Pero siguió adelante con toda su cohetería, porque el proyecto olímpico era para él una coartada, el trampolín de prestigio que debía franquearle definitivamente el liderazgo del PP y la presidencia del Gobierno, permitiéndole, al tiempo, enmascarar la deuda de Madrid con las ayudas públicas.
Queremos saber cuánto ha costado la fiesta de Copenhague
Todo ha resultado una gigantesca engañifa, empezando por el olimpismo de un señor que jamás ha practicado deporte alguno y que, cuando aún se llamaba Alberto Ruiz Jiménez y estudiaba en los jesuitas de Chamartín (Nuestra Señora del Recuerdo), huía espantado en el recreo en cuanto veía acercarse un balón, peligrosa arma de destrucción masiva capaz de manchar el terno impoluto, con chaleco incorporado, que solía vestir. 18 añitos tenía entonces la criatura.
La compañía de comedias que el viernes representó en Dinamarca el sainete “Un paraíso entre zanjas” aterrizó ayer en un Madrid imposible, endeudado para varias generaciones. Urge saber a cuánto asciende el sueño megalómano de este sátrapa consumado. Conocer qué ha costado el show de Copenhague, quién va a pagar los vuelos fletados al efecto, los cientos de invitados a los que, al parecer, se regaló maleta, traje –¡oído cocina, señor Camps!- y corbata, quién ha corrido con la cuenta de hoteles, convites y confetis… Sabemos que hemos sido nosotros, cierto, pero queremos oírlo en boca y con el verbo florido de ese insuperable orador que es Gallardón.
Y un mensaje de ánimo para los muchos madrileños que, de buena fe, querían los Juegos y han visto sus esperanzas frustradas. Aunque ciudadano del mundo, me gusta ver a España ganar incluso cuando del Mundial de Canicas se trata. Pero aquí y ahora no había nada que festejar, nada de lo que sentirse orgulloso. La alegría, el sentimiento de pertenencia al grupo, la sensación de autoestima colectiva se construye y mantiene trabajando por un país más abierto, mas democrático, más rico y más libre; un país con una Justicia que funciona y unas Instituciones respetadas y respetables; un país dispuesto a combatir a fuego la corrupción y crear empleo, capaz de reclamar a los talentos que tiene desperdigados por el mundo porque aquí no encuentran trabajo adecuado; un país capaz de evitar la marcha de Barbacid del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas porque le recortan el presupuesto. En esta España nuestra no hay dinero para ciencia o I+D, pero sí para dilapidar en operaciones como la de Copenhague. Este es el país del que tendríamos que sentirnos orgullosos. Lo demás es hojarasca. No hemos perdido los JJ.OO, los han perdido ellos. Y nos hemos ahorrado un buen dinero. Gracias, COI.
1 comentario:
No me queda más remedio que hacerte la ola. Clavao. OLE, OLE Y OLE. Más razón que un santo.
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